MSc Francisco Fraíz
Francia y Gran Bretaña, como potencias vencedoras
de la I Guerra Mundial en 1918, protagonizaron disputas y conquistas en zonas
fuera del continente europeo que les permitieron adueñarse de territorios en el
occidente de Asia, concretamente la zona conocida el día de hoy como el “Medio
Oriente” mediante un pacto firmado en 1916 entre representantes de los
gobiernos de ambos países que redibujaron las fronteras de acuerdo a sus intereses
geopolíticos en aquel momento, siendo Rusia testigo de la firma de un documento
célebremente conocido como el Acuerdo
Sykes-Picot[1].
En un momento en el que aún no se sabía el destino de las potencias
contendientes en ese conflicto en la frontera de Alemania con Bélgica y
Francia, atascados en largas batallas de trincheras y a pesar de no conocer el
resultado definitivo de la conflagración, no impidió que Francia y Gran Bretaña
expandieran su protagonismo en calidad de metrópoli en lo que proyectaron como
sus zonas de influencia en los territorios que se encontraban ligados por lazos
formales con el imperio turco-otomano.
Depectivamente denominado como “el
hombre enfermo de Europa” por las potencias occidentales, el imperio otomano, en
franca desventaja frente a la vertiginosa industrialización de los países
poderosos de Europa, se mostraba en una situación de minusvalía geopolítica y
militar para afrontar el reto que representaba la penetración de Francia y Gran
Bretaña con el fin desmembrar los territorios que otrora formaron parte de su
órbita de influencia y autoridad. Los fines militares de la alianza de Francia
y Gran Bretaña, conocida como la entente, estaban decididas a extinguir el
imperio otomano para controlar los recursos naturales y las rutas marítimas y
terrestres que forman parte de naciones como Siria, Egipto, Irak, Líbano,
Palestina e Israel, territorios que cuentan con abundantes reservas de petróleo
y gas, pero que también son críticamente claves como rutas de paso comercial
entre África, Asia y Europa en el espacio terrestre, así como con la costa
oriental del mar Mediterráneo, el mar Rojo y cerca del océano Índico a través
del paso del canal de Suez, que permite el rápido acceso del mar Rojo al
Mediterráneo, previo paso a través del océano Índico por medio del estrecho de
Adén en el extremo occidental de la península Arábiga, pasando cerca del
extremo oriental del “cuerno” de África.
El imperio británico, en procura de
conseguir una mayor conexión terrestre entre sus dos grandes posesiones
coloniales como India y Egipto, le resultaba fundamental controlar territorios
en el mundo árabe, lugar de paso fundamental de rutas comerciales que
pertenecían en el contexto de la I guerra mundial al imperio turco-otomano,
aliado de Alemania y los imperios centrales europeos, fundamentalmente el
austro-húngaro. Con el fin de formar alianza con los líderes árabes, apoyaron
sus aspiraciones de independizarse de los turcos, razón por la que Henry McMahon
sostuvo un intercambio de correspondencia con el Jerife Hussein de la Meca para
atacar militarmente a las fuerzas otomanas[2].
Esto ocurrió a partir de 1915 y continuó en 1916, cobrando protagonismo
posteriormente el agente de inteligencia y oficial del ejército británico
Thomas Edward Lawrence, que saltó posteriormente a la fama como Lawrence de
Arabia, quien fungió como intermediario entre el ejército británico y las fuerzas
árabes. El turbulento legado de la presencia de Lawrence, lo resume en su
célebre obra “Los siete pilares de la sabiduría”, en la cual comentó sobre los
árabes que:
“Eran
muchachos simpáticos llenos de vitalidad y felicidad, contentos con hacer
también felices a las mujeres y niños nativos con los que se encontraban,
regalándoles cosas´, y más adelante Lawrence añadía, amargamente, que aquellos
soldados caminaban hacia su muerte `no para ganar la guerra, sino para que el
maíz, el arroz y el petróleo de Mesopotamia puedan ser nuestros´”[3].
Iniciadas más adelante distintas
operaciones de inteligencia y sabotaje, árabes e ingleses cortaron rutas de
comunicación de ferrocarriles que transportaban vituallas y armas que
debilitaron paulatinamente los suministros del ejército turco. Adicionalmente,
la corona británica estaba al corriente de que en varias zonas del mundo árabe
se conocía la existencia de yacimientos de petróleo, que comenzaba a
convertirse en el recurso más importante del mundo para movilizar los
principales medios de transporte, que incluye los distintos tipos de vehículos
militares por tierra, mar y aire.
De esta manera, en un frente fuera del
continente europeo, Francia y Gran Bretaña vieron la oportunidad de conquistar
territorios que expandirían sus posesiones coloniales, aprovechando la
debilidad militar del imperio turco-otomano para hacerse con el control de
territorios en el “levante asiático”. Quedaba entonces buscar una fórmula para
repartir el área de influencia de cada potencia, y fue así que en el mes de mayo
de 1916 surgió el denominado Acuerdo
Sykes Picot, que repartió la zona de influencia de Francia y Gran Bretaña
de la siguiente manera: bajo control francés quedarían los territorios en los
que actualmente se encuentran Líbano, Siria y la zona norte de la actual Irak,
en la que se encuentra la ciudad de Mosul; mientras que bajo control británico
quedaría el actual reino hachemita de Jordania, el centro y sur de Irak y
Palestina. El control de estas zonas permitió a ambas potencias el acceso a la
explotación de petróleo en Irak y por su cercanía con la península arábiga, en
la que se venía descubriendo importantes yacimientos petrolíferos en el actual
reino de Arabia Saudita, también les permitiría controlar la costa oriental del
mar Mediterráneo y así evitar cualquier ataque al canal de Suez egipcio que,
por su proximidad como punto de paso entre el mar Rojo y el mar Mediterráneo,
que también conecta a través del estrecho de Adén con el océano Índico, con lo
cual completaba el círculo marítimo del comercio internacional que tanto
ambicionaba la corona británica.
Para alcanzar este ambicioso objetivo,
las fuerzas británicas y francesas, sobre todo las británicas, buscaron aliarse
con los árabes, fomentando y aprovechando sus aspiraciones separatistas del
imperio otomano, para conseguir como objetivo central su independencia.
Evidentemente, ni franceses ni británicos tenían en mente este objetivo, por
ello firmaron el Acuerdo Sykes-Picot en
secreto, siendo hecho público en 1917 tras el triunfo de la revolución rusa en
octubre de ese año.
Tras conocerse el contenido de este
acuerdo, lógicamente no pasó desapercibido, razón por la cual provocó molestia
e incomodidad de los árabes, quienes vieron defraudadas sus aspiraciones
nacionalistas e independentistas de crear un Estado árabe fuerte y unido que
reflejara sus más sentidos anhelos. Tras culminar la guerra, el resultado
posterior fue la colonización e influencia directa de estas potencias en las
fronteras trazadas en el Acuerdo Sykes
Picot, bien fuera mediante la administración directa de Francia y Gran
Bretaña como metrópolis colonizadoras, o bien bajo la figura de “mandato”
refrendado por la Sociedad de Naciones, primera gran institución internacional
surgida con el objetivo de mantener la paz mundial tras finalizar la I Guerra Mundial
y evitar que otra conflagración de esa naturaleza se produjera nuevamente.
Más adelante, la herencia de la
presencia franco-británica durante tres décadas, fue la de disgregar las
aspiraciones árabes en distintos Estados divididos y enfrentados entre sí, con
fronteras artificialmente trazadas que generaron conflictos de larga duración
entre los Estados árabes entre sí, y entre ellos y el Estado de Israel, que se
erigió como la manzana de la discordia geopolítica en el mundo árabe, tras ver
traicionadas las promesas de Francia y Gran Bretaña como aliados
circunstanciales durante la I Guerra Mundial que, hasta el día de hoy,
constituye, quizá, la consecuencia más duradera y de mayor impacto de esta
conflagración fuera del continente europeo. Thomas Edward Lawrence, concluía en
“Los siete pilares de sabiduría” sobre la trama de la guerra en esta parte del
mundo que:
“Está
hecha con la intención de que constituya la verdadera historia de un movimiento
político cuya esencia fue el fraude, en el sentido de que sus dirigentes no
creían en los argumentos con los que movían las tropas…` Y hablando con un
amigo, declaró: Detesto tanto el asunto de Arabia que daría el mundo entero (si
fuese mío) por borrar su recuerdo´”[4].
Para concluir, fuera de las trincheras
de Europa, las consecuencias de la I Guerra Mundial aún hoy día se pueden
palpar por el arbitrario trazado de fronteras en el mundo árabe, que obedeció a
intereses geopolíticos, comerciales y estratégicos mediante el establecimiento
de alianzas públicas y secretas que complacieron los intereses de las potencias
vencedoras, de unos nuevos actores que entraron en escena, concretamente los
judíos sionistas, cuyas aspiraciones fueron tomadas en cuenta a partir de 1917
tras conocerse la célebre “Declaración Balfour”[5] que
derivó en la creación del Estado de Israel en mayo de 1948 y la traición de las
promesas hechas a los árabes, quienes fueron de una manera u otra las víctimas
de la trama de los intereses y compromisos asumidos por las potencias
vencedoras y derrotadas en las inestables alianzas durante la I Guerra Mundial.
FUENTES
·
Alem,
Jean Pierre. Judíos y árabes (3000 años
de historia). Ediciones Península, Barcelona, 1970.
·
Cattan, Henry. El problema palestino en pocas palabras.
Editorial Fundamentos. Madrid. 1978.
·
Cattan, Henry. Palestina, los árabes e Israel. Siglo
XXI Editores. México. 1974 (segunda edición).
·
Laqueur,
Walter. The Israel-Arab reader. A
documentary history of the Middle East conflict. Penguin
Books. Middlesex, England. 1970.
·
Martínez Carreras, José U. El mundo árabe e Israel. El próximo oriente en el siglo XX.
Ediciones Istmo. Madrid. 2ª edición. 1992.
·
Martínez Carreras, José U. Los orígenes del problema de Palestina.
Arco/Libros, S.L. Madrid. 1996.
·
Naciones Unidas. Los orígenes y evolución del problema de
Palestina. Primera parte: 1917-1947. Preparado
por el Comité para el ejercicio de los derechos inalienables del pueblo
palestino. Nueva York, 1978.
·
Palestinian
Academic Society for the Study of International Affairs (PASSIA). Sykes-Picot Agreement, 1916. http://www.passia.org/palestine_facts/MAPS/1916-sykes-picot-agreement.html (revisado el 21-5-2013).
·
Simpson,
Colin y Knightley, Phillip. La
vida secreta de Lawrence de Arabia. Editorial Bruguera.
Barcelona. 1975.
·
Strausz-Hupé, Robert. Geopolítica. La lucha por el espacio y el
poder. Editorial Hermes. México. 1945.
[1]
Walter Laqueur (compilador). The
Israel-Arab reader. A documentary history of the Middle East conflict. Penguin
Books. Middlesex, England. 1970. The Sykes-Picot Agreement. pp.
29-33. En esta compilación documental se encuentra el texto completo del
documento en las páginas indicadas. En el mapa anexo se puede apreciar
claramente los territorios bajo control directo de cada potencia, así como las
zonas de influencia.
[2] En 1937, varios años después de
intercambiada la correspondencia entre Sir Henry McMahon y el Jerife Hussein de
la Meca, el primero dirigió una carta al periódico “Times” de Londres el 23 de
Julio, en la que quizo aclarar su interpretación de la correspondencia, tras
las controversias surgidas a raíz del mandato británico en Palestina, cuando
los intereses de británicos, judíos sionistas y nacionalistas árabes chocaron
por controlar el futuro de Palestina: “Es mi deber, de una vez para siempre,
declarar de la manera más formal y solemne que no tuve la intención de incluir
a Palestina en la zona de independencia árabe cuando di garantías al rey
Hussein”. Jean Pierre Alem. Judíos y
árabes (3000 años de historia). Ediciones Península, Barcelona, 1970, p.
100. El texto de la correspondencia Hussein McMahon de octubre de 1915 se
encuentra en la compilación referida en la nota anterior de Walter Laqueur en
las páginas 33, 34 y 35.
[3] Robert Payne. Lawrence de
Arabia. Editorial Bruguera, Barcelona, 1968. p. 76.
[4] Colin Simpson y Phillip Knightley. La vida secreta de Lawrence de Arabia. Editorial
Bruguera. Barcelona,
1975, p. 267.
[5] El texto de la “Declaración Balfour”,
que en esencia mostró la simpatía del gobierno británico en la creación de un
Estado judío en Palestina, emitida en Noviembre de 1917, puede encontrarse en
la obra de: José Martínez Carreras. Los
orígenes del problema de Palestina. Arco/Libros, S.L. Madrid. 1996. p. 51.
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