sábado, 3 de enero de 2015

Teoría y praxis de la guerra en el mar 1914-1918 y su influencia en Venezuela

MSc Edgar E. Blanco Carrero

Introducción
La guerra en el mar entre los años 1914 y 1918 estuvo marcada por diferentes escuelas de pensamiento que definieron la naturaleza de los enfrentamientos que en ese conflicto se presentaron. Por ello, nos hemos establecido como objetivo examinar la teoría y la praxis de la guerra en el mar en el período antes indicado para determinar cómo el pensar se correspondió con la realidad y cómo esta forma de pensar y hacer influyó en Venezuela. Para tal fin vamos a indicar, en primer lugar, cuáles fueron las escuelas que influyeron desde el punto de vista teórico, en segundo lugar, cómo la teoría se reflejó en la praxis desde la perspectiva de las operaciones navales y por ultimo indicaremos cómo esta teoría y praxis influyó en el pensar y hacer venezolano en la guerra en el mar.

La teoría de la guerra naval
Hubo tres escuelas de pensamiento en el ámbito naval que marcaron la praxis de la guerra en el mar entre los años 1914 y 1918. La primera fue considerada como navalista pura y estuvo representada por el pensamiento de Alfred Mahan quien gracias al concepto de poder naval entendido modernamente como la capacidad de un Estado de auto-organizarse hacia el mar  (Blanco, 2004) generó una forma de hacer que sería seguida por algunos de los principales contendientes de la guerra, es decir, el Reino Unido, Alemania, Japón y Estados Unidos. De acuerdo con esta escuela la capacidad de autoorganización suponía el control del comercio marítimo a escala global y para ello era necesario que el Estado dispusiese de una fuerza naval que protegiera su tráfico marítimo y, a su vez, en caso de conflicto, destruyera la fuerza naval adversaria, en un combate decisivo, de modo que el tráfico marítimo enemigo estuviera a su merced (Ibíd.). Esta forma de pensar generó un importante proceso de crecimiento y estandarización de las principales marinas de guerra de todo el mundo. En Venezuela, el concepto de poder naval fue introducido por R. Díaz en el año 1908, dentro del marco de un proceso de desarrollo naval iniciado por Cipriano Castro[1].

La segunda escuela de pensamiento fue de origen francés y se denominó Jeune Ecole. Esta escuela reconocida como continentalista preconizaba que los grandes desarrollos tecnológicos alcanzados a finales del siglo XIX permitían que pequeñas embarcaciones pudiesen producir grandes daños a buques de grandes dimensiones por lo que era excesivamente costoso para un Estado plantearse un proceso de desarrollo naval que pudiera ser destruido por un efectivo sistema de defensa marítima compuesto por artillería de costa, minas anti-buques, submarinos[2] y lanchas torpederas. De acuerdo con este criterio, el tráfico marítimo se subordinaba a la defensa del territorio. Esta concepción de la guerra naval no fue asumida oficialmente por ningún país, no obstante, hay que hacer algunas precisiones: en primer lugar, algunas marinas como la italiana, la francesa, la japonesa, la rusa, la alemana y la británica experimentaron con estas nuevas ideas teniendo en consideración su geografía y sus enemigos potenciales. En segundo lugar, los países limitados para construir una armada como la europea consideraron esta manera de hacer la guerra. En el caso venezolano, a fines del siglo XIX se adquirieron dos embarcaciones torpederas que participaron eficazmente en el combate de Río Hacha (Bracho en Rivero-Blanco, 2013) y después del año 1902, se implantó un sistema de artillería de defensa de costa (Hernández y Nieves-Croes en Farage, 2011).

La tercera escuela de pensamiento surgió como consecuencia de una práctica consuetudinaria que sería sistematizada por Castex (1937) y Gross (191?). Esta escuela que puede ser considerada como mixta, representaba un punto intermedio entre la concepción navalista pura y continentalista pura a partir de la influencia que ejerce el mar sobre la tierra y la tierra sobre el mar, con lo cual el apoyo naval a tierra, la perturbación del tráfico marítimo adversario, la defensa de costa y la disposición de una importante fuerza naval que le permitiera al país diseñar maniobras navales de naturaleza estratégica fueron sus ideas predominantes.

Esta escuela fue originalmente francesa y sería seguida por la fuerza de las circunstancias por Alemania, Rusia, Italia y otros países. La fuerza de las circunstancias estuvo supeditada a la praxis de la guerra, como veremos a continuación sucintamente.

La praxis de la guerra en el mar: 1914-1918
La guerra en el mar en el año 1914 sufrió los mismos avatares de la guerra terrestre. De una imagen operacional concebida como una guerra de movimientos terminó después de las batallas de las Malvinas y Coronel en sur de Suramérica que significaron el sacrificio de hombres y buques británicos y alemanes, en una guerra de posiciones caracterizada por la ejecución de operaciones de bloqueo y contrabloqueo que expresaron el inmovilismo en ese escenario de operaciones (De la Sierra, 1984). En lo que se refiere a la aplicación del concepto mahaniano del combate decisivo, éste se puso en práctica intencionalmente por el Reino Unido contra Alemania en Jutlandia en el año 1916, pero a pesar de las graves pérdidas sufridas por ambos bandos, especialmente por los anglosajones, en el resto de la guerra no se planteó un combate de esa naturaleza. Con respecto al accionar de los beligerantes bajo la concepción de la Jeune Ecole, es posible afirmar que la marina alemana aprovechó el éxito en el empleo de los submarinos e intensificó su uso a gran escala, primeramente contra los buques de guerra y posteriormente contra el tráfico marítimo de sus adversarios. La guerra de minas fue aplicada ampliamente por todos los beligerantes y en relación al empleo de lanchas torpederas es conveniente destacar que su efectividad se demostró en el año 1918, cuando la marina italiana autorizó su empleo contra los buques de la marina austrohúngara logrando producir severos daños a su enemigo (Blanco, 2012 y Rivero-Blanco, 2014).

Desde el punto de vista mixto, en la guerra ambos contendientes ejecutaron operaciones de apoyo naval contra tierra destacándose al respecto los costosos desembarcos de Gallipoli y Salónica en el año 1915 (Blanco, 2014). De igual forma se desarrollaron otras acciones navales como: en primer lugar, de bombardeo de costa para hostigamiento y apoyo a la infantería (sobre todo realizadas por alemanes, turcos, rusos, italianos, británicos, franceses, japoneses y austrohúngaros), en segundo lugar, operaciones antibuques como el combate de Dogger Bank y, en tercer lugar, contra tráfico marítimo. Sobre esta última, es conveniente destacar que fueron mayormente realizadas por la marina alemana con buques y submarinos. Las realizadas con buques ocurrieron en el océano Atlántico y Pacífico con el apoyo de un sofisticado sistema logístico conocido como ettappendienst. Estas operaciones finalizaron en el año 1914 con la captura o hundimiento de los buques. Aquí se destaca las acciones corsarias realizadas por el SMS “Karlsruhe” en el Atlántico meridional porque contaron con apoyo logístico venezolano y con el salvamento de parte de la tripulación cuando naufrago en los alrededores de la isla Trinidad (Blanco en Rivero-Blanco, 2013). Las realizadas con submarinos lograron por poco que Alemania ganara la guerra, pero ello significó la entrada en guerra de Estados Unidos trayendo como consecuencia que la estadística de hundimientos se inclinara en contra de ese país centroeuropeo. De esta manera, la guerra al final de cuentas resultó ser un asunto de producción y destrucción que tuvo consecuencias revolucionarias si se consideran que los marineros de las flotas rusa, austrohúngara y alemana tomaron parte decisiva en los procesos revolucionarios que vivieron esos países. Como se puede observar de lo reseñado, la praxis desbordó la teoría, por lo que Castex (1937), Gross (191?) y Corbett (Blanco, 2004) iniciarían un proceso de revisión del pensamiento naval cuyas consecuencias se comenzarían a observar en la Segunda Guerra Mundial.

Influencia de la teoría y praxis de la guerra naval en Venezuela
Como indicamos ya, el pensamiento naval venezolano formal tuvo de la mano de Ramón Díaz sus orígenes. Este pensamiento fue mahaniano, pero en nuestro caso estaba orientado a desarrollar un poder naval en nuestro país.  A parte del asunto del SMS “Karlsruhe” Venezuela no tuvo otra participación en la guerra que la presencia de unos voluntarios que actuaron de forma representativa en ese conflicto (Blanco, 2014).  Pero, el desarrollo del poder naval venezolano se vio truncado en el año 1913 cuando Juan Vicente Gómez se aseguró en el poder y produjo una purga en la fuerza naval que frustró todo el esfuerzo de desarrollo realizado. A partir del año 1935, fue que se reiniciaría un nuevo proceso de desarrollo, pero dado el estado de minusvalía del país en lo concerniente a la defensa naval, se pensó inicialmente en un modelo de desarrollo realizado a imagen y semejanza de la concepción preconizada por la Jeune Ecole con ayuda italiana (Blanco, 2012 y Rivero-Blanco, 2014), para posteriormente asumir una visión mixta. Pero este esfuerzo sólo se llegaría a concretar parcialmente a mitad del siglo pasado dada la importancia de Venezuela como proveedor  de petróleo. No obstante ello, la discusión sobre el tipo de poder naval necesario para el país sigue constituyendo un punto de reflexión por la discrepancia existente entre dependencia marítima y capacidades disponibles.


FUENTES
·         Blanco, E. (2014). “Los venezolanos y la Primera Guerra Mundial”. Caracas. Disponible: www.edgareblancocarrero.blogspot.com
·         Blanco, E. (2012). “La Regia Marina Militare Italiana y su participación en la Concepción de una Estrategia de Defensa Marítima del Territorio Venezolano, 1935-1940”. Caracas. Disponible: www.edgareblancocarrero.blogspot.com
·         Blanco, E. (2004). Reflexiones sobre Estrategia Marítima en la Era de la Libertad de los Mares. Caracas. Editorial Panapo.
·         Castex, R. (1937). Teorías Estratégicas. Tomos I al V. Buenos Aires. Escuela de Guerra Naval.
·         De La Sierra, L. (1984). El mar en la Gran Guerra (1914-1918). Barcelona. Editorial Juventud.
·         Farage, L. (Comp.). (2011). Venezuela y la Segunda Guerra Mundial. 1939-1945. Caracas. CGA.
·         Gross, O. (191?). La Doctrina de la Guerra Marítima según las Enseñanzas de la Guerra Mundial. Madrid. (T. M. Mille). Editorial Naval.
·         Rivero-Blanco, R. (2014). “Las lanchas torpederas M.A.S.: Cronología de un Experimento”. Caracas. Disponible: http://www.fav-club.com  
·         Rivero-Blanco, R. (Edit.)(2013). Historia de la Marina de Guerra de Venezuela de inicios del siglo XX: Vida y legado del CC Ramón Díaz. Caracas. Ediciones del Autor.



[1] Ver al respecto: Blanco (Rivero-Blanco, 2013).
[2] A pesar de existir antecedentes que se remontan al siglo XV en Corea y su defensa frente al Japón y en el siglo XIX en la guerra de secesión estadounidense, el submarino, en su nueva concepción, tendría su bautismo de fuego en el año 1914, por lo que antes de la guerra, las discusiones que se plantearon fueron teóricas y jurídicas en función de sus potencialidades. 

Los derechos humanos, a un siglo de la I Guerra Mundial

MSc Daniel Eduardo Rodríguez Franco

Contexto histórico
La tarde del 28 de junio de 1919, gran parte de la humanidad observaba con esperanza como los distintos representantes de los países “Aliados”[1] y por otro lado las “Potencias Centrales[2]”, se reunían en una misma mesa en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles; fotografía ésta, muy poco creíble dentro del imaginario de los pueblos beligerantes; sin embargo, varios factores condujeron a ese hecho histórico que marcaría el fin de la Gran Guerra o Guerra de Europa para concepto de los Americanos.
Ese trascendental cónclave, a la luz de la historia y aún bajo profundas discusiones ideológicas, fue un escenario para demostrar el músculo de las nuevas potencias que resultaban victoriosas de cuatro sangrientos años de guerra[3]; a pesar de ello, y partiendo de la posición psicológica de que los errores son positivos y los hechos acaecidos en el pasado no pueden ser reparados o transformados, sólo constituyen aprendizajes. Se asume que el Tratado de Versalles de 1919, constituyó un tratado de paz necesario para el momento histórico que se vivía, quizás con muchos detractores, especialmente alemanes, pero que contó con el beneplácito de las mayorías.
El Tratado de Versalles, impulsado especialmente por el Presidente estadounidense Thomas Woodrow Wilson, dentro de su política exterior intervencionista y neutral, llevó a la palestra pública la necesidad de crear un organismo cuasi supranacional, que se constituyera en un escenario para deliberar de forma diplomática las diferencias entre naciones y evitar la ocurrencia de una nueva guerra mundial; la propuesta, hecha realidad se cimentó sobre los principios y preceptos expuestos en el Tratado que se firmaba. Lógicamente, el espíritu en su redacción fue la paz, justicia y tranquilidad para todos, de allí cualquier investigador podría hacer una identificación de los orígenes, escritos y teorizados a una escala mundial y de tal alcance, de los derechos humanos.

Formación de la Sociedad de las Naciones
Esa instancia de revisión diplomática mundial, inexistente hasta ese momento (siglo XX), recibió el nombre de la Sociedad de las Naciones, con todo un andamiaje jurídico, organizacional y funcional, que años más tarde daría paso a la hoy Organización de las Naciones Unidas.
La función de la Sociedad de las Naciones, fue establecer las bases y lineamientos esenciales para la paz y la reorganización de las relaciones internacionales, indiscutiblemente destrozadas por la guerra. Para ello debió inspirarse en los preceptos del Tratado de Versalles, que más allá de establecer acaloradas discusiones sobre las arbitrariedades en cuanto a sanciones y expansión de nuevos imperios, ese Tratado registró y visibilizó determinados derechos humanos de forma frontal, haciendo un llamado a la nueva reestructuración mundial en la importancia de garantizar, respetar y vigilar ciertas condiciones básicas aplicadas para todos los humanos.

Los derechos humanos en la primera parte del siglo XX
Temas como la independencia política y compromisos a garantizar y fortalecer la integridad territorial expresada en el Art.10 del Tratado de Versalles, el derecho a la paz y a una vida sin guerras en su Art.11 y especialmente en su Art. 22, cuando expresa que violaciones como la esclavitud, el tráfico de armas, los abusos de poder en cuanto a la libertad de conciencia y de religión o las prácticas de sometimiento y entrenamiento militar a  los indígenas; son muestras de lo que posteriormente identificaremos como el derecho a la autodeterminación de los pueblos, los derechos civiles y políticos y los derechos de poblaciones vulnerables, más recientemente.
Se hace más patente esa postura al revisar el Art. 23, donde se recoge parte de los derechos al trabajo digno, con salarios justo y condiciones de respeto a la integridad humana, resaltando la prohibición del trabajo infantil, las limitaciones del trabajo juvenil y las condiciones de igualdad para el trabajo de la mujer, como también se llama a la cooperación y posición activa de todas las naciones firmantes, en vigilar el cumplimiento de estos derechos en su territorio y se insta a crear organizaciones internacionales especializadas en estos temas.
De igual forma, se plantea el derechos a la salud para todas y todos, compromiso de gran valor para un mundo que se levantaba después de una guerra que dejaba aproximadamente nueve millones de muertos, producto de las acciones bélicas directas y colaterales.

Los derechos humanos en la segunda parte del siglo XX
Si bien es cierto, que los derechos humanos  es tema de todas y todos, sin importar condiciones culturales, religiosas, ideológicas, económicas, sexuales, entre otras; la historia nos ha enseñado que nuestros antecesores han hecho esfuerzos no tan generosos y justos, siempre el factor del poder y la política los han inspirado a limitar, cercenar y ajustar los derechos humanos según criterios etnocentristas, radicales y coyunturales.
Empero, es innegable que los derechos humanos han venido en una evolución y ampliación constante, producto del sacrificio y luchas de las masas, de allí que posterior a la segunda Guerra Mundial acaecida entre 1939-1945, se genera nuevamente un reacomodo de la Sociedad de las Naciones a una organización un poca más justa y equitativa, que todavía en los inicios del siglo XXI enfrenta duras críticas y se ve obligada a dinamizarse y evolucionar para no perecer.
Pasos importantes fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, que fue más allá que el Tratado de Versalles que se centró en  colocar mayor preponderancia a las sanciones alemanas que derivarían en la toma de nuevos imperios sobre los caídos; pero se dio un paso, criticable o mejorable. Lo cierto es, que ello forma parte de la evolución, del crecimiento, de la búsqueda de soluciones que se producen, lamentablemente, después de duras crisis como la I y II Guerra Mundial.
 Aún el camino es largo y ancho, los derechos humanos no se han conquistado de forma igual para todos y todas y la sombra de la política y el poder imperial para manejarlos persiste en el planeta azul; no fue, es o será fácil la conquista plena. Pero el siglo XXI vino marcado por la emancipación que ha generado el mundo tecnológico y la era del conocimiento, que despierta cada día a más personas que observan y reconstruyen la concepción de los derechos humanos desde el sur al norte y desde el este al oeste.
Ochenta y seis años después de la primera guerra mundial, con todas las condiciones culturales, de conocimiento, religiosas, entre otras, que nos separan; se concluye que los derechos humanos estuvieron allí, en la idea en el compromiso, en el mundo diplomático, pero no llegaron a los hombres, mujeres, niños, ancianos y enfermos. Justificaciones, quizás puedan existir, pero hoy luego de cruzar la primera década del siglo del conocimiento y la tecnología,  ¿cuánto de esa realidad ha cambiado?, ¿cuánto hemos hecho por hacer los derecho humanos de los humanos?, ¿cuánto se sigue sometiendo a los pueblos del mundo en nombre de los derecho humanos, la sublime arma de la inteligencia política?
Las reflexiones, las experiencias, las luchas, las investigaciones con enfoques distintos, quizás nos acerquen  a una respuesta; es por tal razón, el momento de ir más allá, de ver sobre lo evidente y pensar en las motivaciones de los líderes mundiales, regionales y nacionales, es la hora de la autorevisión y no esperar una crisis, de las que hemos vivido, para hacer justo lo justo y poder acercarnos a una convivencia de paz real, sustentable y sostenible, como lo identificarían los tecnócratas de la era del conocimiento.


FUENTES
·         Instituto Iberoamericano de Derecho Comparado. El Tratado de Versalles de 1919 y sus antecedentes. Madrid-1920.
·         Sociedad de Naciones. Pacto de la Sociedad de Naciones, Versalles 28 de junio de 1919.




[1] Aliados, compuesto por Francia, África Occidental Francesa, Marruecos Francés, Reino Unido, Australia Canadá, India Británica, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Terranova, Imperio Ruso, Reino de Italia, Libia Italiana, Estados Unidos, Bélgica, Imperio del Japón, Grecia, Reino de Montenegro, Rumania, Reino de Serbia, República Portuguesa, entre otros.
[2] Potencias Centrales, compuesto por Imperio Austrohúngaro, Imperio Alemán, Imperio Colonial Alemán,  Imperio Otomano, Reino de Bulgaria, entre otros.
[3] La I Guerra Mundial oficialmente tiene su inicio el 28 de julio de 1914, con el asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Austria y tiene su fin técnico el 11 de noviembre de 1918.

El Reparto Colonial de las Potencias Vencedoras de la “Gran Guerra” en el Medio Oriente: El Acuerdo Sykes-Picot (1916)

MSc Francisco Fraíz

Francia y Gran Bretaña, como potencias vencedoras de la I Guerra Mundial en 1918, protagonizaron disputas y conquistas en zonas fuera del continente europeo que les permitieron adueñarse de territorios en el occidente de Asia, concretamente la zona conocida el día de hoy como el “Medio Oriente” mediante un pacto firmado en 1916 entre representantes de los gobiernos de ambos países que redibujaron las fronteras de acuerdo a sus intereses geopolíticos en aquel momento, siendo Rusia testigo de la firma de un documento célebremente conocido como el Acuerdo Sykes-Picot[1]. En un momento en el que aún no se sabía el destino de las potencias contendientes en ese conflicto en la frontera de Alemania con Bélgica y Francia, atascados en largas batallas de trincheras y a pesar de no conocer el resultado definitivo de la conflagración, no impidió que Francia y Gran Bretaña expandieran su protagonismo en calidad de metrópoli en lo que proyectaron como sus zonas de influencia en los territorios que se encontraban ligados por lazos formales con el imperio turco-otomano.

Depectivamente denominado como “el hombre enfermo de Europa” por las potencias occidentales, el imperio otomano, en franca desventaja frente a la vertiginosa industrialización de los países poderosos de Europa, se mostraba en una situación de minusvalía geopolítica y militar para afrontar el reto que representaba la penetración de Francia y Gran Bretaña con el fin desmembrar los territorios que otrora formaron parte de su órbita de influencia y autoridad. Los fines militares de la alianza de Francia y Gran Bretaña, conocida como la entente, estaban decididas a extinguir el imperio otomano para controlar los recursos naturales y las rutas marítimas y terrestres que forman parte de naciones como Siria, Egipto, Irak, Líbano, Palestina e Israel, territorios que cuentan con abundantes reservas de petróleo y gas, pero que también son críticamente claves como rutas de paso comercial entre África, Asia y Europa en el espacio terrestre, así como con la costa oriental del mar Mediterráneo, el mar Rojo y cerca del océano Índico a través del paso del canal de Suez, que permite el rápido acceso del mar Rojo al Mediterráneo, previo paso a través del océano Índico por medio del estrecho de Adén en el extremo occidental de la península Arábiga, pasando cerca del extremo oriental del “cuerno” de África.

El imperio británico, en procura de conseguir una mayor conexión terrestre entre sus dos grandes posesiones coloniales como India y Egipto, le resultaba fundamental controlar territorios en el mundo árabe, lugar de paso fundamental de rutas comerciales que pertenecían en el contexto de la I guerra mundial al imperio turco-otomano, aliado de Alemania y los imperios centrales europeos, fundamentalmente el austro-húngaro. Con el fin de formar alianza con los líderes árabes, apoyaron sus aspiraciones de independizarse de los turcos, razón por la que Henry McMahon sostuvo un intercambio de correspondencia con el Jerife Hussein de la Meca para atacar militarmente a las fuerzas otomanas[2]. Esto ocurrió a partir de 1915 y continuó en 1916, cobrando protagonismo posteriormente el agente de inteligencia y oficial del ejército británico Thomas Edward Lawrence, que saltó posteriormente a la fama como Lawrence de Arabia, quien fungió como intermediario entre el ejército británico y las fuerzas árabes. El turbulento legado de la presencia de Lawrence, lo resume en su célebre obra “Los siete pilares de la sabiduría”, en la cual comentó sobre los árabes que:

“Eran muchachos simpáticos llenos de vitalidad y felicidad, contentos con hacer también felices a las mujeres y niños nativos con los que se encontraban, regalándoles cosas´, y más adelante Lawrence añadía, amargamente, que aquellos soldados caminaban hacia su muerte `no para ganar la guerra, sino para que el maíz, el arroz y el petróleo de Mesopotamia puedan ser nuestros´[3].

Iniciadas más adelante distintas operaciones de inteligencia y sabotaje, árabes e ingleses cortaron rutas de comunicación de ferrocarriles que transportaban vituallas y armas que debilitaron paulatinamente los suministros del ejército turco. Adicionalmente, la corona británica estaba al corriente de que en varias zonas del mundo árabe se conocía la existencia de yacimientos de petróleo, que comenzaba a convertirse en el recurso más importante del mundo para movilizar los principales medios de transporte, que incluye los distintos tipos de vehículos militares por tierra, mar y aire.

De esta manera, en un frente fuera del continente europeo, Francia y Gran Bretaña vieron la oportunidad de conquistar territorios que expandirían sus posesiones coloniales, aprovechando la debilidad militar del imperio turco-otomano para hacerse con el control de territorios en el “levante asiático”. Quedaba entonces buscar una fórmula para repartir el área de influencia de cada potencia, y fue así que en el mes de mayo de 1916 surgió el denominado Acuerdo Sykes Picot, que repartió la zona de influencia de Francia y Gran Bretaña de la siguiente manera: bajo control francés quedarían los territorios en los que actualmente se encuentran Líbano, Siria y la zona norte de la actual Irak, en la que se encuentra la ciudad de Mosul; mientras que bajo control británico quedaría el actual reino hachemita de Jordania, el centro y sur de Irak y Palestina. El control de estas zonas permitió a ambas potencias el acceso a la explotación de petróleo en Irak y por su cercanía con la península arábiga, en la que se venía descubriendo importantes yacimientos petrolíferos en el actual reino de Arabia Saudita, también les permitiría controlar la costa oriental del mar Mediterráneo y así evitar cualquier ataque al canal de Suez egipcio que, por su proximidad como punto de paso entre el mar Rojo y el mar Mediterráneo, que también conecta a través del estrecho de Adén con el océano Índico, con lo cual completaba el círculo marítimo del comercio internacional que tanto ambicionaba la corona británica.

Para alcanzar este ambicioso objetivo, las fuerzas británicas y francesas, sobre todo las británicas, buscaron aliarse con los árabes, fomentando y aprovechando sus aspiraciones separatistas del imperio otomano, para conseguir como objetivo central su independencia. Evidentemente, ni franceses ni británicos tenían en mente este objetivo, por ello firmaron el Acuerdo Sykes-Picot en secreto, siendo hecho público en 1917 tras el triunfo de la revolución rusa en octubre de ese año.
Tras conocerse el contenido de este acuerdo, lógicamente no pasó desapercibido, razón por la cual provocó molestia e incomodidad de los árabes, quienes vieron defraudadas sus aspiraciones nacionalistas e independentistas de crear un Estado árabe fuerte y unido que reflejara sus más sentidos anhelos. Tras culminar la guerra, el resultado posterior fue la colonización e influencia directa de estas potencias en las fronteras trazadas en el Acuerdo Sykes Picot, bien fuera mediante la administración directa de Francia y Gran Bretaña como metrópolis colonizadoras, o bien bajo la figura de “mandato” refrendado por la Sociedad de Naciones, primera gran institución internacional surgida con el objetivo de mantener la paz mundial tras finalizar la I Guerra Mundial y evitar que otra conflagración de esa naturaleza se produjera nuevamente.

Más adelante, la herencia de la presencia franco-británica durante tres décadas, fue la de disgregar las aspiraciones árabes en distintos Estados divididos y enfrentados entre sí, con fronteras artificialmente trazadas que generaron conflictos de larga duración entre los Estados árabes entre sí, y entre ellos y el Estado de Israel, que se erigió como la manzana de la discordia geopolítica en el mundo árabe, tras ver traicionadas las promesas de Francia y Gran Bretaña como aliados circunstanciales durante la I Guerra Mundial que, hasta el día de hoy, constituye, quizá, la consecuencia más duradera y de mayor impacto de esta conflagración fuera del continente europeo. Thomas Edward Lawrence, concluía en “Los siete pilares de sabiduría” sobre la trama de la guerra en esta parte del mundo que:

“Está hecha con la intención de que constituya la verdadera historia de un movimiento político cuya esencia fue el fraude, en el sentido de que sus dirigentes no creían en los argumentos con los que movían las tropas…` Y hablando con un amigo, declaró: Detesto tanto el asunto de Arabia que daría el mundo entero (si fuese mío) por borrar su recuerdo´”[4].

Para concluir, fuera de las trincheras de Europa, las consecuencias de la I Guerra Mundial aún hoy día se pueden palpar por el arbitrario trazado de fronteras en el mundo árabe, que obedeció a intereses geopolíticos, comerciales y estratégicos mediante el establecimiento de alianzas públicas y secretas que complacieron los intereses de las potencias vencedoras, de unos nuevos actores que entraron en escena, concretamente los judíos sionistas, cuyas aspiraciones fueron tomadas en cuenta a partir de 1917 tras conocerse la célebre “Declaración Balfour”[5] que derivó en la creación del Estado de Israel en mayo de 1948 y la traición de las promesas hechas a los árabes, quienes fueron de una manera u otra las víctimas de la trama de los intereses y compromisos asumidos por las potencias vencedoras y derrotadas en las inestables alianzas durante la I Guerra Mundial.

FUENTES

·                    Alem, Jean Pierre. Judíos y árabes (3000 años de historia). Ediciones Península, Barcelona, 1970.
·                    Cattan, Henry. El problema palestino en pocas palabras. Editorial Fundamentos. Madrid. 1978.
·                    Cattan, Henry. Palestina, los árabes e Israel. Siglo XXI Editores. México. 1974 (segunda edición).
·                    Laqueur, Walter. The Israel-Arab reader. A documentary history of the Middle East conflict. Penguin Books. Middlesex, England. 1970.
·                    Martínez Carreras, José U. El mundo árabe e Israel. El próximo oriente en el siglo XX. Ediciones Istmo. Madrid. 2ª edición. 1992.
·                    Martínez Carreras, José U. Los orígenes del problema de Palestina. Arco/Libros, S.L. Madrid. 1996.
·                    Naciones Unidas. Los orígenes y evolución del problema de Palestina. Primera parte: 1917-1947. Preparado por el Comité para el ejercicio de los derechos inalienables del pueblo palestino. Nueva York, 1978.
·                    Palestinian Academic Society for the Study of International Affairs (PASSIA). Sykes-Picot Agreement, 1916. http://www.passia.org/palestine_facts/MAPS/1916-sykes-picot-agreement.html (revisado el 21-5-2013).
·                    Simpson, Colin y Knightley, Phillip. La vida secreta de Lawrence de Arabia. Editorial Bruguera. Barcelona. 1975.
·                    Strausz-Hupé, Robert. Geopolítica. La lucha por el espacio y el poder. Editorial Hermes. México. 1945.




[1] Walter Laqueur (compilador). The Israel-Arab reader. A documentary history of the Middle East conflict. Penguin Books. Middlesex, England. 1970. The Sykes-Picot Agreement. pp. 29-33. En esta compilación documental se encuentra el texto completo del documento en las páginas indicadas. En el mapa anexo se puede apreciar claramente los territorios bajo control directo de cada potencia, así como las zonas de influencia.
[2] En 1937, varios años después de intercambiada la correspondencia entre Sir Henry McMahon y el Jerife Hussein de la Meca, el primero dirigió una carta al periódico “Times” de Londres el 23 de Julio, en la que quizo aclarar su interpretación de la correspondencia, tras las controversias surgidas a raíz del mandato británico en Palestina, cuando los intereses de británicos, judíos sionistas y nacionalistas árabes chocaron por controlar el futuro de Palestina: “Es mi deber, de una vez para siempre, declarar de la manera más formal y solemne que no tuve la intención de incluir a Palestina en la zona de independencia árabe cuando di garantías al rey Hussein”. Jean Pierre Alem. Judíos y árabes (3000 años de historia). Ediciones Península, Barcelona, 1970, p. 100. El texto de la correspondencia Hussein McMahon de octubre de 1915 se encuentra en la compilación referida en la nota anterior de Walter Laqueur en las páginas 33, 34 y 35.
[3] Robert Payne. Lawrence de Arabia. Editorial Bruguera, Barcelona, 1968. p. 76.
[4] Colin Simpson y Phillip Knightley. La vida secreta de Lawrence de Arabia. Editorial Bruguera. Barcelona, 1975, p. 267.
[5] El texto de la “Declaración Balfour”, que en esencia mostró la simpatía del gobierno británico en la creación de un Estado judío en Palestina, emitida en Noviembre de 1917, puede encontrarse en la obra de: José Martínez Carreras. Los orígenes del problema de Palestina. Arco/Libros, S.L. Madrid. 1996. p. 51.

Los nacionalismos serbio y croata como elementos fundamentales para el estallido de la Primera Guerra Mundial

M/Sc Oliver Zambrano Alemán

El territorio balcánico fue poblado desde la antigüedad, e históricamente se ha reconocido a los Ilirios como los habitantes originales de la región, que con el paso del tiempo, vio la llegada de distintos pueblos Indoeuropeos y de potencias como romanos, griegos, bizantinos, otomanos, rusos, venecianos, franceses, austríacos y húngaros, quienes se fueron turnando para ejercer el control de la zona, variando la cantidad de territorios en la medida en que su poderío militar se incrementaba o menguaba.

La división del imperio romano en el 395 marcó la pauta en su devenir, pues los Balcanes pasaron a ser el punto fronterizo entre los dominios de Roma y los de Bizancio, dando pie al fortalecimiento de algunos pueblos como los croatas y los serbios, quienes durante la Edad Media fueron asentándose sin mayores problemas, siendo el hito más emblemático el Reino de Serbia, que data del siglo X e incluía partes de Bosnia y el norte de Macedonia.

A partir del siglo XIV los otomanos fueron consolidándose en los Balcanes, la batalla de Kosovo Polje (1389) y la posterior caída de Constantinopla (1453) fueron dos acontecimientos que cambiaron el balance de poder, la superioridad militar de los ejércitos del Sultán modificó las relaciones políticas, comerciales, religiosas y sociales, acabando definitivamente con los bizantinos y dejando a húngaros y serbios en un segundo plano, lo que abrió las puertas a la injerencia rusa so pretexto de resguardar a la población cristiana ortodoxa de los Balcanes.

Lucha dinástica y nacionalismo serbio
A lo largo del siglo XIX, las dinastías Obrenović y Karađorđević se disputaron la supremacía en Serbia, y aunque ambas casas reales coincidían en sus intenciones de luchar contra la dominación otomana y en las añoranzas por el reino medieval serbio, diferían en la forma de llegar a ello, pues mientras los primeros daban prioridad a las relaciones con Austria y Hungría, los últimos preferían la autonomía total o, en su defecto, la tutoría rusa.

En 1844, gobernaban los Karađorđević y fue cuando Ilija Garašanin,[1] quien para entonces fungía como Ministro del Interior, publicó Nacertanije, un texto que puede ser considerado como el primer programa político y nacionalista panserbio de la historia, pues en él, plantea la necesidad de un estado serbio independiente y sólido, que se expandiese hacia todos aquellos territorios donde habitasen los serbios con el propósito de abarcarlos a todos dentro de la misma entidad. La visión de Garašanin implicaba dominar los actuales territorios de Croacia, Bosnia y Herzegovina, Macedonia, el norte de Albania, y conquistar Kosovo y Voivodina, que por aquel entonces pertenecían al imperio otomano y a Hungría respectivamente.

Todo esto se explicaba de la siguiente manera: en el caso de Croacia porque Garašanin, al igual que muchos otros en su época, consideraba a los croatas como serbios católicos, mientras que Bosnia y Herzegovina era un territorio habitado por serbios y croatas, cuya única diferencia era la religión (cristianos ortodoxos, católicos o musulmanes).[2] En lo que respecta a Macedonia y Voivodina, eran reivindicaciones territoriales hechas por Belgrado, que consideraba estos espacios como zonas de expansión natural y que desde hacía bastante tiempo se disputaban con los búlgaros y los húngaros. Finalmente los casos de Kosovo y el norte de Albania representaban un punto de honor para  la dirigencia serbia, pues en el primero de estos territorios surgió la nación, mientras que el último constituye la necesaria salida al mar que se requería si no se conquistaba Croacia.

Desde el punto de vista internacional, la expansión del Estado serbio pretendía acabar con la dominación imperial en los Balcanes, pues además de deshacerse del gobierno otomano, quería evitarse la injerencia austríaca, húngara o el protectorado ruso, dejando en manos de Belgrado cualquier asunto del centro y el occidente balcánico.

Las ideas de Garašanin fueron tomando cuerpo en 1903, dos décadas después de su muerte, ocurrida en 1874, cuando un grupo de militares nacionalistas dieron un golpe de estado asesinando al Rey Alejandro Obrenović y a su esposa Draga, generando un vacío que aprovechó el parlamento para nombrar como sucesor a  Pedro Karađorđević. Bajo su mandato, los grupos nacionalistas más radicales encontraron asidero para enfrentarse al dominio imperial, tomando las armas durante cuatro momentos claves  previo al inicio de la Primera Guerra Mundial, a saber: a) la crisis de Bosnia (1908-1909), cuando lucharon contra la anexión austrohúngara de Bosnia; b) la primera guerra balcánica (1912-1913), donde eran parte de la Liga Balcánica que se enfrentó y venció al imperio otomano; c) la segunda guerra balcánica (1913), en la que con el apoyo de la Liga Balcánica y el imperio otomano vencieron a Bulgaria y; d) el asesinato de Francisco Fernando (1914), durante una visita oficial a Sarajevo el heredero de la corona austrohúngara y su esposa, la Duquesa Sofía, fueron asesinados por nacionalistas panserbios, siendo este el detonante de la Guerra Mundial.

Las élites culturales y el nacionalismo croata
En el caso croata, la década de los cuarenta del siglo XIX trajo consigo las ansias de unificación. Movimientos culturales en Zagreb, Varaždin y Karlovac, utilizaron las salas de lectura, la revista Matica Ilirska[3] e instituciones como el teatro, las academias, los museos y los archivos para difundir ideas en torno a la  necesidad de integrar a toda la nación y consolidarla por medio de símbolos patrios, bailes, artes, política, un idioma estandarizado y otros tantos elementos. Las ideas fueron calando poco a poco en la población, sobre todo cuando  no lograron ponerse de acuerdo con los magiares con respecto a los derechos nacionales dentro del imperio austríaco, generándose una guerra propagandística que trajo como consecuencia fuertes sentimientos anti húngaros.

Durante la época de las revoluciones, los croatas apoyaron a la corona austríaca para derrotar el alzamiento húngaro, pero tras no cumplirse las promesas de la dirigencia vienesa con respecto al estatus croata dentro del imperio el descontento de los eslavos se hizo notar y durante las décadas posteriores hombres como Ante Starčević,[4] Josip Jelačić,[5] Ljudevit Gaj[6] y Josip Juraj Strossmayer[7] fortalecieron la idea independentista y, en el caso del obispo, la unión entre los eslavos del sur (búlgaros, serbios, croatas y eslovenos).

Durante la segunda mitad del siglo XIX la élite croata se convencía cada vez más que el rumbo de la nación distaba de Viena o Budapest, por ende, se hacía fundamental la independencia o, en su defecto, la unión con los eslavos del sur, quienes en teoría tenían los mismos intereses. Previo a la creación de la monarquía dual conocida como el imperio austrohúngaro (1867) el Ban[8] Josip Jelačić logró unificar todos los territorios croatas, pero con el reconocimiento de Hungría como una entidad autónoma del imperio, los croatas fueron separados nuevamente entre las dos unidades administrativas, Dalmacia e Istria bajo dominio austríaco, mientras que Zagorje y Eslavonia rendían cuenta a los húngaros.

Durante las últimas dos décadas del siglo XIX, los croatas fueron sometidos a un proceso de magiarización bastante agresivo, reforzando las posturas antagónicas entre ambas naciones, dándole piso político a Stjepan Radić,[9] quien desde entonces se hizo visible y poco a poco fue tomando el testigo de sus antecesores enarbolando la bandera del nacionalismo croata con un fuerte énfasis en la reivindicación de las tierras, lo que le valió el apoyo de la población en una época en la que más del 70% vivía de la agricultura.

Ya en el siglo XX, los croatas mantuvieron sus exigencias en pro de la igualdad nacional y si bien no participaron de las guerras balcánicas, durante el lustro que inicia con la Crisis de Bosnia (1908 – 1913), las acciones anti húngaras se radicalizaron (protestas contra las autoridades de Budapest, exigiendo mayor autonomía política y económica para los croatas, quema de banderas magiares, entre otras), debilitando políticamente la autoridad imperial dentro de sus propios límites. Todo esto permitió que, una vez derrotado el imperio se diese la creación del Reino de los serbios croatas y eslovenos (1 de diciembre de 1918), materializando una de las ideas más discutidas por la población eslava durante la segunda mitad del siglo XIX.











FUENTES
·         Gueshoff, I. E. The Balkan League. London 1915
·         Manetovic, Edislav “Ilija Garasanin: Nacertanije and Nationalism” en The Historical Review / La Revue Historique Institute for Neohellenic Research Volume III (2006), pp 137 – 173.
·         Mijatovich, Chedoville. A Royal Tragedy, DDOD Mead & Co, New York, 1907.
·         Rose, John Holland, The origins of the war, 1871-1914. New York, London, G. P. Putnam's sons, 1915.
·         Treaty between Great Britain, Germany, Austria, France, Italy, Russia, and Turkey for the Settlement of Affairs in the East: Signed at Berlin, July 13, 1878.



[1] Político y militar (1822-1874) considerado el mayor ideólogo del nacionalismo panserbio.
[2] La nacionalidad bosníaca fue reconocida durante la dictadura del Mariscal Tito en la segunda mitad del siglo XX.
[3] Creada en 1862 con ese nombre, en 1874 pasó a llamarse Matica Hrvatska y es hoy en día la revista más longeva en los Balcanes.
[4] Político y escritor (1823 – 1896) que planteó los ideales para una Croacia independiente.
[5] Político y militar (1801 – 1859) que logró la unificación de los territorios croatas.
[6] Político, escritor, lingüista y periodista (1809-1872) que reivindicó la lengua croata como base nacional.
[7] Obispo (1815 – 1905) impulsor de las ideas yugoslavas y fundador de la Universidad de Zagreb.
[8] Título nobiliario (virrey) que se utilizó en los Balcanes hasta el fin de la primera guerra mundial.
[9] Político (1871 – 1928) fundador del Partido de los Campesinos Croatas.